Fernando Garcés nos comparte una reseña de nuestro libro Humo, barro y cuero, de Gerardo Fernández Juárez, una de nuestras más recientes publicaciones antropológicas. La reseña ha aparecido en la revista chilena de Antropología, Chungara, en su n. 50.
¿Qué puede haber en común entre las oraciones y textos doctrinarios del Tercer Concilio Limense, unas mesas rituales aimaras del Altiplano boliviano, unos cueros pintados con dibujos, a simple vista incomprensibles, y unos discos de barro con figuritas y muñequitos pegados en su superficie? ¿Qué puede haber en común entre humo, barro y cuero? Formuladas de otro modo fueron las preguntas que nos hicimos cuando hace ya un lustro Gerardo Fernández se mostró interesado por la exposición realizada en el Instituto de Investigaciones Antropológicas y Museo de la Universidad Mayor de San Simón (INIAM-UMSS 2013), a propósito del esfuerzo de ordenar las colecciones que reposaban en dicha institución.
Fernando Garcés
La curiosidad investigativa de Fernández llegó a mis manos a través de un correo electrónico que tenía la marca de sus observaciones (audiciones) etnográficas: varios maestros llaman escritura a las waxt’as. El libro que comentamos da cuenta del trabajo comparativo entre risalip’ichis, llut’asqas y waxt’as; es decir, entre una serie de artefactos religiosos de uso vigente en zonas quechuas y aimaras de Bolivia. Pero da cuenta de mucho más que ello: da cuenta de los sentidos que se encuentran detrás de estas “ofrendas y plegarias”, a las que hace alusión el subtítulo de la obra. Durante más de veinte años Gerardo Fernández ha estudiado de manera sistemática las mesas rituales aimaras, contando con una sostenida y rigurosa producción bibliográfica, entre la que destacan sus dos textos clásicos El Banquete Aymara. Mesas y Yatiris (1995) y Entre la Repugnancia y la Seducción. Ofrendas Complejas en los Andes del Sur (1997), además de temas conexos referidos a salud, medicina, maleficios, chamanismo, entre otros. Ahora el autor nos ofrece una perspectiva más amplia de análisis de las mesas aimaras articuladas a otras formas rituales, diferentes en su sistema de producción y similares en su función. El punto de partida de la investigación parece estar relacionado con un pequeño folleto publicado por el INIAM el año 2000. Ahí se afirmaba que los risalip’ichis “se hallan integrados al sistema religioso y ritual campesino; se trata de rogativas dirigidas a los seres de Alax Pacha, esfera donde se ubican las poderosas deidades ‘cristianas’ […], las que con su poder […] podrían ocasionar desastres en la comunidad enviando granizadas, lluvias en exceso o propiciar heladas” (Sánchez y Sanzetenea 2000:4). De manera que el libro articula, de forma apropiada, escritura, ritualidad, espacialidad-temporalidad y memoria. Podríamos pensar que leer las hojas de coca, las volutas de humo, el comportamiento de ciertos animales y plantas, todas ellas acciones muy comunes en el ámbito andino, constituyen meras metáforas derivadas de su verdadero origen: la lectura y la escritura alfabética difundida en buena parte del globo. Los primeros misioneros y conquistadores que llegaron a los Andes encontraron no solo este tipo de prácticas sino instrumentos comparables con la escritura europea pero que, sin embargo, no alcanzaban el rango establecido por ellos. No obstante, el programa evangelizador usó los recursos expresivos y mnemotécnicos indígenas para el adoctrinamiento y la imposición de la liturgia católica. De ello nos habla Fernández en el primer capítulo, enfatizando el rol cumplido por los quipus, en los ámbitos legal y tributario incaicos, y como recurso memorístico de los pecados a ser confesados por los indios. El segundo capítulo conecta lo dicho en el primer capítulo sobre artefactos escriturarios y su función religiosa, con las qillqas y risalip’ichis investigadas sistemáticamente por el antropólogo y arqueólogo Ibarra Grasso en las décadas de 1940 y 1950 del siglo pasado. Gracias a su acuciosa investigación en terreno hoy podemos contar no solo con una importante colección de cueros y papeles sino con varias claves interpretativas socioculturales y pistas de decodificación semántica de tales construcciones logográficas. Luego, la publicación ya referida de Sánchez y Sanzetenea, basada en una colección de 12 rezos escritos por un comunario de Sarakaya, junto con las prácticas desplegadas por los maestros doctrineros de San Lucas en torno a las llut’asqas o t’uritos, ofrecen el marco de comprensión que posibilitará las asociaciones entre estos objetos rituales y las waxt’as aimaras. El autor hace un esfuerzo de síntesis, debido a su experto conocimiento en el tema, al presentar, en el tercer capítulo, las ofrendas complejas que constituyen las waxt’as altiplánicas. Mediante ellas se ofrecen convites culinarios a los seres tutelares del altiplano; son ofrendas refinadas, caseras o nauseabundas dependiendo de si están dirigidas a los seres del alaxpacha, akhapacha o manqhapacha. En este sentido, se hace una descripción detallada de los materiales y de la forma como se va escribiendo la “Gloria mesa”, “Mesa blanca” o “Janq’u misa”, junto a las narrativas o discursos que acompañan dicha elaboración. Al leer este capítulo es posible pensar en el vínculo entre esta escritura ritual y los seres sobrenaturales, de manera que el propio convite puede verse como una escritura hacia los seres de los tres mundos. Ellos leen el mensaje del yatiri a través del sentido del olfato. No debe pensarse, por lo dicho hasta aquí, que se trata de prácticas aisladas “tradicionales” confinadas al ámbito rural. La manera como los yatiris desarrollan los rituales relacionados con la waxt’as en el sindicato de Faro Murillo, en la ciudad de El Alto de La Paz, ocupa la atención del autor en el cuarto capítulo. Aquí se muestra lo que no solo podrían considerarse práctica “adaptativas” sino procesos altamente creativos y recreativos vinculados a los intereses y preocupaciones de los aimaras urbanos. Bajo la centralidad de la figura de Gregorio se describe en detalle el proceso de elaboración de la “Gloria mesa” o “Mesa de salud” para atender adecuadamente a los seres del alaxpacha, tal como ocurre con las llut’asqas, según lo testimoniado por Sánchez y Sanzetenea. Aquí, además, se nos ofrecen varios elementos clave para la lectura de las hojas de coca. Más allá de los materiales, dice Fernández que “en la elaboración de la mesa ritual, a pesar de la significativa presencia de los recursos materiales que la integran, hay que destacar la relevancia oral de todo el modelo, la importancia de las palabras expresadas que van indicando el formato preciso de la mesa y su objetivo” (p. 113). El quinto capítulo es el que cumple el objetivo central del libro: la comparación entre las prácticas rituales aimaras y los risalip’ichis-llut’asqas, ampliando la comparación a los chiwchi recados y los misterios que acompañan la mesa. Se destaca aquí la forma circular, el sentido levógiro de la elaboración y el recurso de la aliteración narrativa. El autor postula que lo circular tiene estrecha relación con el sentido de cierre y clausura simbólica, aspecto también presente en la construcción de la casa que va desde la ejecución de sus partes iniciales hasta la techada. Lo propio puede decirse del ritual de la ch’alla, que se hace empezando por el Este y terminando por el Poniente. De igual forma, en las reuniones comunitarias se convida alcohol, cigarro y coca empezando por donde están las autoridades y siguiendo hacia la izquierda, en el sentido contrario a las manecillas del reloj. Así, el sentido levógiro parece “definir una constante ceremonial precisa en la priorización de los espacios de ejecución rituales” (p. 123). Tanto las mesas rituales, especialmente las que se ofrecen a los seres de “gloria” y las qillqas comparten un modelo de expresión, “a la vez que se proyectan sobre categorías de sentido tanto espaciales como temporales que aparecen imbricadas en el propio concepto de pacha” (p. 124). Es en este sentido que se puede hablar de cronotopo, término ya usado por Bajtín (1979) para referirse a los sucesos que no pueden cumplirse lejos de la densidad espacial en la que ocurrieron, es decir, para referirse a la totalidad del tiempo-espacio. Si el alaxpacha aimara y andino dista de homologarse al cielo católico por estar habitado por seres no siempre bondadosos y con caracteres humanos, surge la pregunta acerca de dónde reside el carácter colonial de estas prácticas rituales que resultan ser no sólo adaptativas sino recreativas. El último capítulo nos recuerda la soberbia evolucionista occidental que no considera, o considera menos escritura, aquello no referido a la textualidad alfabética. Los materiales y prácticas presentadas por Fernández nos informan de procedimientos sensibles a la preservación de la memoria en los Andes del Sur. Formas “torcidas” que se contraponen a la rectitud normativa moderna y que impiden que las wak’as contemporáneas escuchen y se deleiten con los convites andinos, tal como lo dijo un anciano allá por la primera centuria colonial. A través de las Gloria mesas y de las llut’asqas, hoy los seres del alaxpacha hablan y reciben complacidos los agasajos que les brindan los escribientes de los Andes. De ahí que sea necesario, nos recuerda el autor, abogar por una educación verdaderamente intercultural que se alimente de estas formas de escritura y de memorias en el contexto de un discurso descolonizador como el desplegado en Bolivia desde hace más de una década. El libro cierra con un anexo metodológico realizado por Daniela Castro, joven investigadora que ha desarrollado la pericia de la descripción detallada de los signogramas presentes en los cueros y papeles de las colecciones de risalip’ichis. A encargo de Gerardo Fernández, Castro decodifica un cuero fotografiado por el padre Xavier Cerda a mediados de los noventa. Según la información de este religioso, el soporte contendría el Credo, el Padrenuestro y los Diez mandamientos. Gracias al meticuloso trabajo de Castro, ahora sabemos que dicho ejemplar consigna cuatro textos: Los Artículos de la Fe, los Diez Mandamientos, las Obras de Misericordia y otro no identificado. Humo, Barro y Cuero solo pudo ser escrito por quien tiene a cuestas muchos años de caminar andino, de reflexión sostenida y de pasión por el mundo aimara. En el se puede encontrar la finura etnográfica del autor y gracias a él podemos reaprender y reandar nuestra comprensión de los sistemas expresivos y rituales andinos. Libro por demás importante para estudiosos de la religión, la lingüística, la semiótica y la antropología andina. Indispensable para aprender a leer más allá de sus letras; para aprender a leer no solo con palabras sino con imágenes, olores y sabores. 1 Universidad Politécnica Salesiana, Quito, Ecuador. fgarcesv@gmail.com
Referencias Citadas
Bajtín, M. 1979. Estética de la Creación Verbal. Buenos Aires: Siglo XXI editores Argentina. 1ª ed. argentina 2002. Fernández Juárez, G. 1995. El Banquete Aymara. Mesas y Yatiris. Hisbol, La Paz. Fernández Juárez, G. 1997. Entre la Repugnancia y la Seducción. Ofrendas Complejas en los Andes del Sur. Centro Bartolomé de Las Casas, Cusco. INIAM-UMSS 2013. Escritura ideográfica andina. Catálogo de exposición temporal. Cochabamba: INIAM-UMSS (http://www.museo.umss.edu.bo/wp-content/uploads/2015/08/Catalogo-Escrituta-Ideogr%C3%A1fica-INIAM-2013.pdf). Sánchez, W. y R. Sanzetenea 2000. Rogativas andinas. Ideografías Andinas. Boletín del INIAN-MUSEO 8.