En noviembre de 2016 tres universidades —PUCE, UASB y FLACSO— unieron esfuerzos para reflexionar sobre la situación de los pueblos indígenas aislados de la Amazonía ecuatoriana. Más de veinte expositores de distintas disciplinas participaron en el encuentro: académicos, misioneros, activistas, periodistas, representantes del Estado y dirigentes waorani, asistieron al evento. El Congreso abrió con un a conferencia magistral de la relatora de Derechos de los Pueblos Indígenas de Naciones Unidas y terminó con un pronunciamiento de los asistentes pidiendo al Estado que ponga en su agenda de prioridades el tema. Abya Yala, el Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo y la Fundación Alejandro Labaka, decidieron publicar la memoria de este encuentro titulando a esas páginas «El último grito del jaguar» con la esperanza de que estas voces diversas sean, a la vez, las voces de aquellos que no tienen voz y cuyo grito silencioso se deja oir en la selva como un último recurso para su supervivencia. Intervinieron en el evento David Suárez, José Proaño, Manuel Bayón, Alicia Cahuilla, Ivette Vallejo y Ramiro Avila, coordinadores de la publicación y Milagros Aguirre, como editora de Abya-Yala.
Hace casi un año estábamos sentados, casi los mismos que estamos hoy, en estas salas de la Universidad Andina, de la Flacso y de la PUCE, asistiendo atentos a las varias ponencias de un Congreso sobre Pueblos Indígenas Aislados. En él se hacían relatos históricos, se mostraban mapas, se contaba acerca de una franja territorial en la frontera colona de la vía Auca, se hablaba fervorosamente de las medidas de protección que los estados debían tener para proteger la vida de estas personas que hacen parte de los grupos indígenas llamados “aislados”. Escuchábamos, atentos, las palabras de la relatora de los derechos de los pueblos indígenas de Naciones Unidas que hacía un llamado urgente: están en peligro de desaparecer si no hacemos nada por cuidar su territorio.
Las distintas ponencias, es decir, las distintas miradas, ampliaban nuestros limitadísimos conocimientos acerca de ellos: desde la antropología, desde el ecologismo, desde las leyes, desde la experiencia de funcionarios de Justicia y Ambiente, desde la experiencia de las ongs, desde la geografía, desde la historia, desde la experiencia, desde el amor y desde los waorani Alicia y Penti, dos defensores de sus vecinos, conocíamos un poco más acerca de ellos. Ellos, que defienden con lanzas su territorio. Ellos, cuidadores de la naturaleza. Ellos, perseguidos y muertos. Ellos, despojados de sus tierras. Ellos, forzados al aislamiento, empujados de su selva que ahora está atravesada por carreteras que se abren dejando herida la tierra y dejando demediado su espacio de vida.
Para Editorial Abya-Yala, y también para el Instituto de Estudios Ecologistas y la Fundación Alejandro Labaka que financiaron la publicación, haber empujado la edición de este libro y recogido esas miradas en un solo volumen (aunque no están todos los que estuvieron en el congreso) es haber puesto un granito de arena para escuchar, como bien dice el título del libro, el último grito del jaguar. Ultimo grito porque los sabemos en peligro, porque es inminente su desaparición a no ser que se tomen reales medidas para su protección.
Este libro hoy llega, además, en una nueva coyuntura: la propuesta de consulta, que ha incluido una pregunta sobre la ampliación de la llamada Zona Intangible que es parte de su territorio. Esa coyuntura nos vuelve a reunir y en ella, el libro es un pretexto para seguir el debate. La urgencia es la misma que el año anterior pues seguimos teniendo, como sociedad, una deuda pendiente con ellos, a pesar de los avances, que no hay cómo negar, que se han dado, sobre todo, en temas de marco legal. Ahora hay que pasar del papel a las acciones, a la voluntad política, a la posibilidad real de hacer algo por ellos. Los grupos humanos que ahora nos convocan necesitan respuestas urgentes. Ellos, los más débiles y vulnerables de la sociedad nos han querido decir —con sus lanzas— que necesitan respuestas urgentes. Y nosotros, desde la palabra, desde el estudio, desde los libros, desde la academia, desde el poco conocimiento que vamos construyendo, tenemos la obligación de velar porque se garanticen sus derechos realmente, en su territorio.
Hoy sin duda sabemos más cosas acerca de ellos. Sabemos que visitan, por ejemplo, Ñoneno, según puede testificar Alicia. En las cercanías del Bloque Armadillo y también en la zona de Los Reyes así como en los bloques 14, 17, 16, 31 en donde se han registrado incidentes, encuentros y muertes.
No se puede permitir más derramamiento de sangre en la selva. Han muerto mujeres, niños, hombres, en enfrentamientos que tienen que ver con la pequeñez de su territorio.
La protección de su vida debe ser prioridad y esto significa límites a la actividad hidrocarburífera, maderera o agrícola que se pueda desarrollar en la zona. Para la protección de los pueblos en aislamiento se ha de tomar en cuenta la información y evidencias sobre la existencia de sus casas, chacras y las señas de su presencia. Se debe impulsar a las instituciones encargadas, a realizar un trabajo sostenido y permanente con la población waorani y campesina de nuestra región sobre derechos humanos y colectivos. La ampliación territorial en sí misma, no es garantía de su vida, si no existen medidas reales y efectivas de protección.
Hay mucho por hacer pero se acaba el tiempo. Cada día que pasa la presión aumenta en la selva. De no hacerse algo dejaremos de escuchar el grito del jaguar, dejaremos de escuchar los cantos de sus mujeres y niños y quedarán solo las lanzas. Que la sangre de tantos muertos sea semilla para que más voces se unan para defender la vida.
Milagros Aguirre