Sobre Mons. Leonidas Proaño, una lectura siempre necesaria
Tras las huellas de Leonidas Proaño. Su trayectoria pastoral en la Diócesis de Riobamba, Ecuador, de Maurice Sheith Oluoch Awiti, se publicó en 2024. Compartimos el comentario de José Juncosa, Director de Abya-Yala, realizado durante el lanzamiento (5 de febrero de 2025). Una lectura siempre actual y necesaria.
La obra de Maurice Oluoch Awiti es, a mi modo de ver, muy original por dos motivos: Primero, porque su hipótesis central coloca la trayectoria de Monseñor Proaño y su aporte más allá del imperativo de aggiornamiento de la Iglesia. Así, establece una crítica histórica a un cierto modo de recepción del Concilio Vaticano II en tanto actualización sin transformaciones reales y profundas. Dice textualmente: “La opción pastoral-eclesiológica de Proaño iluminada por el Concilio implica una transformación eclesial y social que marca su ministerio episcopal; esa opción es fruto de una antropología teológica y una eclesiología propia que va más allá del concepto de aggiornamento”. ¿Qué supone el aggiornamento? Actualización, renovación, estar a tono con los tiempos. Descuida el origen de estos cambios”. El aggiornamento pone al centro la mirada que la Iglesia tiene de sí misma y prioriza recuperar su vigencia en términos de ajuste o actualización casi siempre epidérmica, de forma y no de fondo, sin hacer pie en opciones fundamentales desde las cuales orientar verdaderas transformaciones. Una opción pastoral-eclesiológica fuente de verdaderas transformaciones fue, sin duda, la opción por los indígenas, por las comunidades indígenas. Ese lugar marcó en Mons. Proaño una posibilidad de transformación para la Iglesia; y para sí mismo, una forma de ser y estar al precio de renunciar a otras posibilidades más convencionales y de la repetición de fórmulas ideológicas, teológicas o recetas pastorales.
Su opción profunda por los indígenas, hizo de Proaño todo menos un personaje repetitivo. La repetición ocurre cuando se ablandan las opciones de fondo, se ha perdido contacto con la realidad y nos aferramos a lo conocido para bloquear la inseguridad que genera la incertidumbre. El aggiornamiento ahoga la novedad e instaura la repetición y ello no ha dejado de ocurrir con la Iglesia desde el Concilio hasta nuestros días debido, entre otros factores, al ejercicio del autoritarismo doctrinal del cual fue víctima Monseñor Proaño.
El segundo motivo de la originalidad de la obra de Maurice es el siguiente: reconstruye y visibiliza el legado crítico de Monseñor Proaño desde la riqueza histórica de su práctica pastoral, variada y diferenciada a lo largo del tiempo, coherente y consistente, es verdad, pero atravesada también por la autocrítica, la evaluación continua y sujeta a una permanente transformación de sí mismo conforme crecía la conciencia teológica de la mano de su praxis pastoral.
A esta imagen se suman otros rasgos que vienen de nuestros recuerdos compartidos con aquellos que tuvieron el privilegio de conocer a Mons. Proaño. En lo personal, lo he conocido muy poco y las pocas veces que interactué con él quedé con la impresión de una persona serenamente reflexiva a pesar de los escenarios adversos y violentos que se abatieron sobre su persona desde dentro y fuera de la Iglesia.
La obra de Maurice deja ver un Proaño consciente de sus fracasos, de las cosas que no funcionaron ni prosperaron como, por ejemplo, su proyecto de formación de los ministerios indígenas y del seminario indígena, una meta todavía hoy pendiente de resolver en casi todas las experiencias de pastoral indígena del Ecuador. Podemos ver hoy, a la distancia y desde una perspectiva histórica más larga, que la propuesta de Proaño para constituir una Iglesia indígena en realidad no ha prosperado del todo a pesar de todo lo hecho y realizado. Lo siento así aún a riesgo de ser injusto con muchas realidades. Sabemos que la realidad eclesial es mucho más rica y potente de lo que somos capaces de observar. De todas maneras, la Iglesia indígena como proyecto, no solo en su dimensión de iglesia autóctona sino también de iglesia autónoma, es un horizonte a retomar desde la reconexión y la empatía eclesial con esa causa. Por lo tanto, la obra de Maurice no solo activa la memoria; también coloca al frente el desafío pendiente de la Iglesia indígena.
Desde esa memoria, y debido también a que el autor es keniano poniendo en escena el rol de la negritud en estos desafíos, aprovecho para expresar mi admiración por las Iglesias afroamericanas de Estados Unidos en un punto que se conecta con la visión de Monseñor Proaño. Esas iglesias desde por lo menos los años 1700, se vincularon con la vida de los esclavos negros y animaron a los abolicionistas y a los defensores de los derechos civiles para constituirse en espacios para imaginar y reclamar comunitariamente cambios y transformaciones en toda la sociedad.
Esas iglesias fueron y son, aún hoy, espacios conversacionales de articulación entre experiencias individuales y prácticas colectivas antirracistas. Nos cuenta la activista negra Patricia Hill Collins que, en los encuentros sabatinos, las mujeres, sobre todo las mujeres, compartían sus estrategias individuales de resistencia y confrontación exitosa respecto a las prácticas racistas de su vida cotidiana para convertirlas en estrategias colectivas exitosas en el tiempo y el espacio. No fueron ni son Iglesias para negros, con rostros y voces negras. Fueron, en el sentido más pleno de la palabra, Iglesias negras en el más pleno sentido de la palabrra, con sus propias agencias, ministros, tiempos, discursos, estéticas, teologías, intensamente articuladas con la vida y las dificultades del pueblo negro. La visión de Proaño, nos recuerda ese reto pendiente respecto a la iglesia indígena y las iglesias afrodescendientes en nuestros contextos. Aquellas iglesias negras y su legado son constitutivos de posibles nuevas realidades para América Latina.
Finalmente, el Monseñor Proaño que toma forma a lo largo de la obra es todo menos un personaje estático, aferrado a certezas e inmune a los contextos. Ese retrato, por decirlo de alguna forma, crece y se transforma a la par que es más compleja su lectura de la realidad; crítico con sus propias propuestas cuando se da cuenta de que no funcionan, en búsqueda permanente de hacer crecer desde la fuerza de la comunidad las iniciativas eclesiales, pastorales, educativas y sociales. Evidenciar esta imagen multifacética, rica y dinámica, serenamente radical de Mons. Proaño es uno de los logros de Maurice. Esa imagen anima nuestra esperanza y fortalece el compromiso para optar de manera clara por los pueblos indígenas y afrodescendientes.
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